septiembre 18, 2008

Cadena de mando

El rumor comenzó en lo hondo de una trinchera. Se podría decir que el viento (aquella noche, si bien soplaba constante, no lo hacía con la furia de otros días) llevó rápido la pregunta a todos los rincones del campamento. Elocuente fue el gesto del sargento, también el de los soldados que descansaban en la retaguardia esperando su turno: había confusión en esos aguerridos hombres que venían luchando hacía ya mucho tiempo. La pregunta llegó hasta la tienda de los oficiales, entró en cada oreja para luego salir por las bocas y dejar ese rictus de extraniamiento en los rostros.
A esa hora, el general jugaba ajedrez consigo mismo, como todas las noches. El coronel se presentó ante su general con la pregunta trampolineando en sus labios.
-Mi general... la tropa...
-Hable, hombre, ¿Qué sucede?
-La tropa, mi general, y... todos nosotros, mi general, nos preguntamos... ¿por qué estamos luchando exactamente?
El general, dando signos de no prestar atención movió despacio un alfil.
-Dígale a la tropa -un caballo se comió al desprevenido alfil- que luchamos por...
Derribó de un golpe seco el tablero y corrió hacia el teléfono. Marcó el número de su presidente y esperó ansioso. La comunicación dio ocupado una y otra vez.

septiembre 12, 2008

El tic

Ya sonaba la música en el patio emperifollado de guirnaldas, con sus mosaicos brillantes que parecían un tablero de ajedrez. De pie, guapeando en cada gesto, los compadritos pispiaban con disimulo a las mujeres sentadas en las sillas. Roberto dio un vistazo rápido y al llegar al final guiñó un ojo: la petisa, gorda y fea, se emocionó; despacito, como no creyendo su suerte, fue levantándose. Qué mala leche tengo, pensó Roberto. Luego bailaron, más tarde se casaron, compraron una casita en Bursaco y tuvieron tres hijos.

septiembre 05, 2008

Despiste de cuerdas

Rasguea la guitarra y se va muriendo con cada acorde. Un delirio de armonías acaba de asomar en su pecho. El músico no entiende la música.

septiembre 02, 2008

El teólogo

Hacía días que el teólogo, encerrado en una torre muy alta, murmuraba palabras y derrochaba pasos en círculo. Los discípulos, preocupados, cuchicheaban detrás de su puerta sin animarse a golpear. Inocencio, quizá el más aventajado de todos, reunió coraje y golpeó la pesada puerta de roble. Nadie contestó. El joven abrió la puerta y encontró a su maestro de rodillas sobre el suelo. Biblias en todos los idiomas, de todos los tamaños, estaban desparramadas por el suelo.
-Maestro, ¿qué está haciendo?
El teolólogo observó a su aventajado discípulo con las pupilas encendidas de un rojo desquiciado.
-Le estoy buscando la quinta pata a Dios -respondió el maestro mientras arrojaba con rabia una de sus tantas biblias.