abril 29, 2009

Naturaleza muerta

No habrá más peras ni olivos.

abril 28, 2009

Últimas tentaciones

Sucedió a la sombra, en un callejón de esos que es preferible ver en películas.

Ella hacía rato que pensaba en una operación, su cuerpo reclamaba los modales de otro género. Él se demoraba todas las noches rellenando con algodón un sostén de gastado encaje.

El flechazo fue ineludible. La atracción, un destello por el cual los cuerpos se estrecharon en una ambigüedad de roles. Al principio se sintieron absurdos. No era lo normal. Apenas unos pocos días atrás ella pensaba en darle más atributos a su cuerpo y él en sacarse cierta molestia congénita. Sin embargo, ahí estaban, a la tibia luz de un farol, entre salivas, quejidos y ojos de gatos que curioseaban la escena.

El impulso de sexo se convirtió en caricias, en paseos, en risas, en más sexo. El deseo se agazapaba tras los gestos más sutiles.

Y llegó el día en que estrenaron piso. También la noche en que ella se observó en el espejo con una falda que él le había regalado. Más tarde fue ella quién le regaló un pantalón a él, también unos sugerentes calzoncillos. Ella dejó crecer su pelo, él se lo cortó. Él recuperó un tono de voz que había caído en el olvido, ella abrió un viejo baúl en el que había guardado ciertas prendas de vestir.

Hubo más caricias, más paseos, veladas de cines, teatros, cenas con amigos, y un sexo que primaba la continuidad a la intensidad conseguida en la penumbra del primer callejón.

Durante mucho tiempo fueron felices, aunque la extraña sensación de estar haciendo algo anormal revoloteó sobre sus cabezas aún en los mejores instantes.

Cuando los días de sexo, de arranques pasionales, cayeron en una monotonía implacable, volvieron a observarse de otra forma. Ella se fue cortando el pelo cada vez más corto. Él se lo dejó crecer sin proponérselo. Las caricias fueron más bien pequeños actos reflejos. Los paseos, las salidas, se hacían bajo la inercia de incómodos silencios.

Plantearon la separación sin violencias, sin reclamaciones. Se abrazaron en la oscuridad del piso que ya sonaba hueco.

Muchos años después se cruzaron por casualidad. El llevaba un escote prominente, ella iba altanera, marcando músculos al caminar. Por las dudas, ambos hicieron como que no se habían visto.