mayo 26, 2009

El encargo

En el caso más importante de su carrera, el detective Ernst Flandes no escatimó energías en recorrer los rincones más importantes de la gran esfera. En Europa intercambió algunas palabras con algunos ancianos que parecían más preocupados por sus vacaciones en Japón y Tailandia que por las preguntas del detective. En Japón, un hombrecito humilde lo atendió con amabilidad, le mostró su casa y no dejó de sonreír ni un sólo segundo. En China fue arduro correr detras de cientos de personas que emitían escuetas palabras mientras trabajaban. En Brasil se enamoró de una mulata y bailó samba durante diez días seguidos. En Estados Unidos se compró un mustang color verde y fue tentado por un domador de plantas salvajes para poner un vivero en Polula, Texas. Llegando a la India conversó con una niña que era conocida como la mejor imitadora de un turista alemán. En Senegal, un viejo brujo habló durante horas en olof y le dijo que nada importaba: siempre volveríamos a encontrarnos en África. Por fin, de regreso a Italia, el magnate Rocco Abatantuono esperó ansioso la llegada del detective. Ernst observó al hombre y le dijo: Es difícil, pero sospecho que la felicidad es una fiesta ambulante.

1 comentario:

V a l e n t r i n i t y dijo...

La felicidad huele a petunias