mayo 15, 2009

Después de la tormenta

En sus ojos aún se podía ver el rostro del viento. La tormenta había destrozado la humilde casa de madera y daba pena ver a toda la familia recoger los escombros, arrastrar las piernas más por el peso de la desgracia que por un verdadero agotamiento físico. Los niños ayudaban a la par de sus mayores. La abuela calentaba agua en un fuego improvisado. Hacia el atardecer descansaron: una ronda apretada, arropados con mantas sucias, frente al tibio calor de las brasas. Fue entonces cuando reuní coraje y hablé: estas tierras son del estado... no pueden vivir aquí, muy pronto construirán una autopista. El hombre me observó sin decir palabra, miró uno a uno a los suyos y sonrió. Poco a poco, la sonrisa dio paso a una risa tímida. Más tarde fue la abuela quien empezó a reír, luego la esposa y los niños. Las risas se hicieron carcajadas y no pude evitar el contagio. Nos reímos sin parar, tirados por el suelo, buscando la respiración, tentados ante el mínimo gesto. Fue lindo observarlos de esa manera, juntos, abrazados, protegidos por sus mantas, riendo con ganas. Después de todo me sentí aliviado: se lo habían tomado tan bien.

1 comentario:

V a l e n t r i n i t y dijo...

después de la catástrofe, lo que sigue parece broma