agosto 08, 2008

La prisión

Más de una denuncia habían presentado los vecinos. Bruner, joven detective hambriento de oficio, fue el primero en llegar a la casa. Observó el jardín delantero y las ventanas de la ruinosa fachada. Una vecina en camisón se acercó a Bruner. Menos mal que vinieron, esos monstruos lo tienen enjaulado hace años, dijo. Con un silencioso desdén se apartó de la mujer y abrió la verja. Dos policías corpulentos lo escoltaron hacia la puerta. Tocó el timbre, pero le hubiera gustado derribar la puerta de una sola patada. Nadie respondió. La próxima, pensó, la tiro abajo. Volvió a tocar. Escuchó ruidos. Abran, policía, gritó. La puerta se abrió lentamente. Un hombre y una mujer, con sendas caras demacradas, aparecieron delante del oficial. Bruner pensó que estaban locos, miraban con ojos vacíos. Pronunció las palabras de rigor, presentó el documento que le daba la necesaria impunidad y entró. No hubo resistencia por parte de los padres. En vano Bruner preguntó varias veces por el niño. Buscó por todas las habitaciones. La casa estaba minada de juguetes y restos de comida por el suelo. Unas fotos antiguas mostraban la familia en sus comienzos. Dos padres sosteniendo a un bebé, dos padres tomando de la mano a un niño que daba sus primeros pasos. ¡Dónde está el niño! Gritó. Entonces la madre señaló (Bruner percibió miedo en el gesto) hacia abajo. El sótano, dijo Bruner en voz alta. Uno de los oficiales descubrió la puerta y la abrió despacio. En seguida notaron un olor rancio. Mientras bajaba los escalones, Bruner lamentó desconocer el nombre de la criatura. Niño, susurró, niño, ¿dónde estás? De repente una luz tenue. El sótano estaba casi vacío. En el fondo, un colchón con un bulto pequeño. El niño dormía. Bruner lo zamarreó con delicadeza. El niño, no pasaría de los nueve años, se despertó de repente. Parecía malhumorado. Se refregó los ojos y miró a Bruner, a los policías y a sus padres, que habían bajado las cabezas y preferían no mirar. Sabía que algún día vendrían, dijo el niño, y extendió sus manos con las muñecas bien pegadas la una a la otra. Póngame las esposas, hace años que los tengo prisioneros.

2 comentarios:

La Morsa a la Deriva dijo...

Muy interesante. Buena prosa, buen clima, muy enganchante. ¡Aplausos!

Anónimo dijo...

Qué final más inesperado, xD.